miércoles, 24 de marzo de 2010

Silencio


A L.·. G.·. D.·. G.·. A.·. D.·. U.·.


SILENCIO


QQ.·. HH.·., conforme al Diccionario de la Real Academia de la Lengua en su primera acepción señala que “silencio”: es la “abstención de hablar”, su segunda acepción, señala que es la “falta de ruido”. Por el contrario el término “silenciosamente”, se entiende, en primer término como “con silencio”, en su segunda acepción se entiende como “secreta o disimuladamente”. Al seguir buceando en el concepto, leemos que “Silencioso”, en su segunda acepción, es aquello que se aplica “… al lugar o tiempo en que hay o se debe guardar silencio”, también se puede entender como la falta de ruido, la tercera acepción, si seguimos en este deambular por el diccionario, leemos que “silente” se refiere a: “silencioso”, “tranquilo”, “sosegado”.

El presente burilado, tiene su origen en la necesidad que observo, creo que tenemos todos, yo el primero, no tanto de guardar silencio, cuanto en saber guardarlo. El silencio, entiendo, no debe darse en nosotros porque nos sea impuesto por el Ritual, es algo, creo yo, que debe nacer desde nuestro interior, no es tanto, como dice el diccionario, la falta de ruido, que también es necesario, es más bien, entiendo: “el tiempo y lugar donde hay y se guarda silencio”. Es, a su vez, una conducta personal, es más, diría que debe ser una conducta militante, la necesidad de ser “silencioso”, “tranquilo”, “sosegado”, es algo que debe estar presente de forma constante en nuestro hacer diario, durante las dieciséis horas de vigilia del día, (las ocho restantes son para el descanso), pero como algo más que por “la ausencia de ruido”. Un “silencio” constructor que nace desde nuestro interior.

Nuestro silencio es un silencio no impuesto, es discrecional, libremente aceptado, es un silencio creador, es un silencio positivo, un silencio que no tiene otras reglas que nuestra propia razón e interior personal. Es ese silencio que escucha y mira a nuestro interior, tanto como a nuestro derredor. Silencios ambos que se convierten en vasos comunicantes, interior-exterior, exterior-interior, que juntos crecen en paz y armonía, pues uno sin el otro nos convierte en personas opacas, con escorias y asperezas que es preciso, a diario, limar. Una persona no sólo puede ser interior, pues sería una persona solitaria, aislada; tampoco puede serlo todo exterior, sería una persona extrovertida, lo que llevaría a convierte en un individuo vacío, sin contenido personal, sin ese yo que conforma nuestra personalidad. Por ello entendemos que debemos ser personas armoniosas, tanto en el interior como en el exterior; es claro que este no existe si aquel no es fuerte y creador. Por ello siempre y en todos lo ordenes debemos ser creadores de paz en armonía. Paz y armonía interior y exterior, tanto para nosotros mismos como para quienes nos rodean. Algo que ciertamente se nos antoja tarea difícil, pero no imposible, máxime si hablamos de personas iniciadas en la francmasonería, pues sólo este hecho ya es el primer sillar de ese edificio que personalmente todos debemos construirnos, desde nuestra individualidad y en colectividad. Espacios que empieza con el nacimiento y termina con la muerte.

La conducta de un francmasón en ese edificar, entiendo yo, debe ser una aptitud militante, lo que me lleva a otro concepto no menos importante: la “paciencia”. Sí, ya se que se dice que “la paciencia es la fuerza de los débiles”. Aún así, creo que nunca seremos lo suficientemente silenciosos si no somos pacientes, la paciencia, es: “saber esperar”. No se puede estar en silencio si no se sabe esperar. Tanto el tiempo como el espacio tienen su momento, por ello además de saber ser silenciosos, hay que saber guardar silencio, igualmente, en el tiempo y en espacio y, como ya queda dicho, no se puede ser silencioso si no se es paciente.

El silencio del que aquí hablamos, no es el mismo que nos es exigido por el Ritual al cierre de nuestros trabajos. Este silencio viene dado por un juramento, razón por el cual quien lo incumple se convierte en “desleal” y por ende “perjuro” y, al perjuro ya sabemos lo que le puede ocurrir, digo puede, porque también sabemos que no suele ocurrir nada; es decir, no se cumple con lo exigido por el Ritual y tampoco se aplica el Reglamento. Lo que resulta ser un doble hecho malicioso para nuestra Augusta Institución, pues el incumplimiento es doble, unos por activa y otros por pasiva. Pero esto es una cuestión que corresponde a otro burilado.

Para un francmasón, hablar, más aún hablar en Logia, no sólo le es preciso romper el silencio, es necesario nacer desde el silencio. Silencio que nos viene impuesto desde la “Cámara de Reflexión”. Momento y espacio al cual hay que volver todos los días, siempre que no olvidamos que somos “eternos aprendices”.

Si en Logia es el “Mallete” del V.·. M.·. quien genera y rompe el silencio, en nuestro interior debe ser nuestro propio mallete quien lo activa o desactiva, no olvidando nunca, eso si, que somos eternos aprendices y que el aprendiz lo que debe hacer es estar siempre atento con todos sus sentidos, en plena vigilia las dieciséis horas del día. El silencio, entiendo yo, es una de las mejores herramientas de todos nosotros, es la vía por la cual podemos distinguir lo cierto de lo falso, lo blanco de lo negro. El silencio “es el único árbol que crece con la raíz hacia arriba, y su sombra, la única que hace deleitosa la fatiga de existir”.

El silencio, tal y como yo lo planteo aquí no es otra cosa que una catarsis, un morir para volver a nacer, para volver a morir, para volver a nacer. Tras el silencio se instaura el orden, se vuelve a nacer, se vuelve a vivir.
El silencio forma parte de la vida, es construcción, edificación ordenada, desde el silencio se toma impulso para la acción, pues sólo en el silencio se produce la reflexión, aún cuando ésta sea colectiva. Sólo desde el sosiego y en silencio se puede crear. La algarabía, cualquiera que sea su forma de presentación, es ruido, es destrucción, es negación de la persona, por ende negación de la razón, incluso de la colectividad. La razón, por el contrario, sólo crece y se expande como el aceite sobre el mar, cuando se produce en y desde el silencio. Hay que practicar el silencio igual que hay que saberlo escuchar. Cuando practicas el silencio ganas en extensión, cuando escuchas el silencio creces en hondura.

Nuestra vida masónica está impregnada de tiempos de silencios, las tenidas nacen en el silencio y terminan cuando reina el silencio. Las columnas toman la palabra que concede su vigilante tras el silencio que abre el V.·. M.·.. Vuelve la palabra a Oriente cuando el mallete del 1º V.·. dice que reina el silencio en ambas columnas. Toma la palabra el Orador reinando el silencio más absoluto en todo el Taller. Los silencios marcan los tiempos, así, el V.·. M.·. concede la palabra cuando reina el silencio y cierra los trabajos cuando los HH.·. en y desde el silencio se reconocen y quedan satisfechos por el salario recibido.

Nuestro silencio no es soledad. Ciertamente como antes hemos señalado, el silencio ya porque le practiquemos, ya porque lo escuchemos, es un acto edificante, aún cuando estemos solos o acompañados. No así la soledad, la soledad puede darse estando solo y teniendo compañía, la soledad es taciturna, destructiva, negadora de la persona.
Se dice que “las mejores verdades son las no dichas”, ciertamente creo que es así, ello quiere decir, que el silencio, además de todas las virtudes que ya hemos señalado, tiene otra no menos importante, preservar la honorabilidad de las personas.

Otra cuestión no menos importante, anexa al silencio, es la planteada en la China antigua por Tao-Sheng (360-434), quien decía: “usad las palabras para explicar pensamientos, pero -en- silencio, cuando los pensamientos se hayan absorbido…, buscar la verdad…”. Cuestión esta que nos lleva a otra afirmación no menos importante, la que nos da a conocer el valor del silencio. Así, el Capítulo VI de la Regla de San Benito, habla del Silencio, quien recuerda que está escrito: “si hablas mucho no evitarás el pecado”, quien continúa diciendo que: “la muerte y la vida están en poder de la lengua”. Hoy nosotros deberíamos decir que también en la escritura, cualquiera de las formas en que ésta se presente. Casi concluyendo San Benito afirma: “Pues hablar y enseñar le corresponde al maestro, pero callar y escuchar le toca al discípulo”. Máxima ésta que se acerca a nuestros trabajos en Logia y las obligaciones de cada uno de los grados.

Así, hemos de admitir y tomar como absolutamente certero el Proverbio Hindú cuando dice: “Cuando hables, procura que tus palabras sean mejores que el silencio”, razón por la que yo vengo a afirmar: “Sé siempre dueño de tu silencio, nunca esclavo de tus palabras”. Afirmaciones que no por ser más o menos acertadas dejan de tener un gran significado y realce del concepto que aquí no ocupa, lo que nos lleva a admitir como no menos cierta la vieja afirmación de: “la palabra es de plata, pero el silencio es de oro”. Comportamiento, éste, por el que, si observamos la historia, han pasado los grandes personajes de la humanidad, entre ellos: Sócrates, Pitágoras, Job, Jesús de Nazaret, Mahatma Gandhi, Teresa de Calcuta, y tantos otros más. Punto éste que me lleva a Fray Luis de León cuando en su poema “Canción de la Vida Solitaria” afirma:

“¡Qué descansada vida
la del que huye del mundanal ruido
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido…!”.

Así, tenemos que el silencio, no la soledad, cuando es interior se convierte en actitud activa, creadora, constructiva, es exigente, pero también purificador, es faro de la verdad, de la paz, de la sabiduría y, al mismo tiempo fortaleza de la persona que lo practica, por cuanto que es liberador de las tensiones internas. Es el sol que ilumina, regenera, purifica y remansa el río, a veces de “aguas bravas” de nuestro “yo”. Aún así, no podemos olvidar que la palabra habita en el ser humano y que es uno de los más importantes medios de comunicación, por ello guardar silencio no es negar la palabra, todo lo contrario, es fortalecerla, es aprender a utilizarla en tiempo y forma.

Si Pitágoras, a quien lo encuentro como “hijo del silencio”, en su diálogo con Amset, guardián de la muerte, afirma que: “La muerte supone el cese definitivo de la actividad del cuerpo que es nuestro primer hogar en el mundo, pero no es capaz de aniquilar al ser profundo que lo habita. La suma sutil de lo que ha sido cada individuo se repliega con la muerte del cuerpo, del mismo modo en que, cada noche, la mente se repliega al mundo de los sueños. Esta suma sutil de lo que realmente es cada individuo equivale a la su esencia, a la cual se han agregado las impresiones dejadas por las experiencias adquiridas a lo largo de muchas vidas”. Si en este texto el maestro Pitágoras habla de la muerte física, contrariamente yo hablo de la muerte para la vida; es decir, morir en el silencio, recluirse en el silencio, para volver a nacer, para volver a vivir, y, si esto lo hacemos en Logia, además, hay que añadir el “compartir”, pues en ningún caso podremos estar en Logia si no “nacemos” y, nacer en Logia, es “vivir” y, vivir es “compartir”, y, compartir es saber ser “silentes” en el tiempo y en el espacio.

Afirma Walter Hess, neurocientífico, Premio Nóbel: “…existen y evolucionan en este mundo muchas cosas que no son accesibles a nuestra comprensión, porque nuestra organización cerebral está primariamente diseñada para asegurar la supervivencia del individuo en su entorno natural. Pero encima de esto, el silencio modesto es la actitud adecuada…”

Del Q.·. H.· José Ramón Barragán López, R.·. L.·. S. Verdadero Cambio, Tamaulipas, México, tomo las siguientes palabras: “…Los hombres verdaderamente fuertes son, por lo general, las más silenciosos, así como los más gentiles. Los que más hablan son los que menos hacen…”. “…El discurso corresponde a los hombres; la música a los Ángeles, y el silencio a los dioses…”. “…Las voces de los sabios y de los compasivos no son oídas mas que por quienes saben sustraerse al tumulto de las palabras y de las querellas humanas, para colocarse en el centro, esperar que suene la música del silencio y aprender la sabiduría, la fuerza y la belleza que fluyen de ese centro para quienes pueden aliarse con esas secretas fuerzas benéficas de donde vendrá la salvación de los hombres y la salud del mundo…”.

El silencio puede representar muchas cosas, los resultados del mismo dependen de la forma de accionarlo, así, en algunas ocasiones puede ser encubridor, en otras ocasiones puede ser resultado de cobardía personal, también puede ser resultado de una ineptitud o prudencia o, como hemos visto con palabras de Fray Luis de León: sabiduría.
El silencio es cobardía cuando se debe hablar y nos callamos; es encubridor cuando alguien ante una cosa o acción calla; también se dice que es una “bendición”, cuando después de un ensordecedor ruido se hace el silencio.
El Tao dice: “Quédate en silencio, cultiva tu propio poder interno. Respeta la vida de los demás y de todo lo que existe en el mundo. No trates de forzar, manipular y controlar a los otros. Conviértete en tu propio maestro y deja a los demás ser lo que son, o lo que tienen la capacidad de ser…”. Sé discreto, preserva tu vida intima…”. “…No compitas con los demás, vuélvete como la tierra que nos nutre y que nos da lo que necesitamos. Ayuda a los otros a percibir sus cualidades, sus virtudes y a brillar. El espíritu competitivo hace que crezca el ego y crea conflictos inevitablemente. Ten confianza en ti mismo, preserva tu paz interna…”

El silencio es el camino para encontrarse a sí mismo, es una medida terapéutica, descubrimos nuestro interior y, no sólo nos distancia de nuestro más inmediato derredor, cuanto que también nos aleja del enojo y rencor. El silencio nos disciplina y nos obliga a discernir por cuanto que nos dice cuando es el momento de callar y el instante de hablar. Ello nos obliga a un diáfano conocimiento de nosotros mismos, pues antes de mirarnos en los otros, nos descubrimos a nosotros mismos. El silencio no esta separado de la palabra ni es una renuncia pasiva a la misma, es por el contrario una actitud activa frente a las emociones e impulsos personales, por ello el silencio es fructífero cuando nace y se conduce en el interior de la persona. En este caso cuando la palabra nace, lo hace desde la humildad y el reconocimiento del otro, desde la “tolerancia”, por ello el silencio es una actitud interior creadora, de aquí que quien sabe guardar silencio, también, cuando llega el momento sabe hablar.

SILENCIO

No porque silencio guardé
es que silencio otorgué,
si silencio guardé
es porque entendí que hacía bien.

Si silencio es otorgar,
no todo otorgar es silencio guardar.

Con silencio se otorga,
con silencio se niega,
en silencio se vive
en silencio se muere.

Vivir no es morir,
mas sí es cada día nacer
para cada día morir.

Morir al silencio,
es vivir para nacer.

He dicho
H.·. Ximo
M.·. M.·.

Or.·. de Valencia, 21 de febrero de 2006 (e.·.v.·.)

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